jueves, 23 de septiembre de 2021
Llanto por lo que no se puede remediar
Después del desmán que la alcaldada de un alcalde insensato perpetró en el Teatro Cervantes, destruyéndole inmisericorde, sin respetar ni un ápice sus valores culturales, artísticos y ancestrales y despreciando ignominiosamente el acendrado amor que los segovianos teníamos a este coliseo, por si no fuera poco, viene la segunda parte a acrecentar este desaguisado con la reconstrucción de un edificio anodino y espurio.
El Teatro Cervantes era un teatro a la italiana con sus plateas, palcos, patio de butacas, anfiteatros, delanteras y general que llamábamos jocosamente “el gallinero”. Era un hermoso teatro, excepcionalmente de planta rectangular, con un gran aforo de 1200 personas y un escenario amplísimo en el que cabía en él el Teatro Juan Bravo entero. Este escenario permitía representar óperas, ballets, zarzuelas, conciertos de 100 músicos y espectáculos de gran formato.
Yo en mi juventud vi actuaciones memorables (a la orquesta nacional bajo la batuta de Ataulfo Argenta) y actué como actor aficionado en varias zarzuelas, comedias y en algún “Don Juan Tenorio” y clausuré el teatro el 15 de diciembre de 1984 representado delante de la pantalla cinematográfica “Miracle Mirror”, el segundo cuadro de “La Alegría de la Huerta” para un festival que dio Radio Segovia en conmemoración del cincuentenario de su fundación.
Este teatro era muy acogedor, como lo son todos los teatros a la italiana, ya que todo el teatro que se precie ha de tener esta configuración teniendo, generalmente, planta de herradura y con más o menos riqueza ornamental. Todos los teatros del mundo son a la italiana. Por poner un ejemplo diremos que el teatro de La Fenice de Venecia dispone de un lujo decorativo espectacular y el minúsculo (por su pequeñez) Real Coliseo de Carlos III de San Lorenzo del Escorial tiene una sencilla decoración pero ambos son teatros a la italiana.
Pues bien ahora, según se ha publicado, se ha proyectado una edificación que no corresponde a un teatro a la italiana, sino a un auditorio que lo mismo podía ser la sala de reuniones de una Caja de Ahorros o el salón de actos de un colegio de monjas. Es decir un local triste y frio (aunque tenga buena calefacción) que realmente no es lo que los segovianos demandábamos y esperábamos de esta reconstrucción. No echemos la culpa a los arquitectos, ya que las trazas generales habrán sido dadas y aceptadas por los políticos de turno que han apoyado lo que consideran una buena nueva, cuando en realidad es un verdadero fiasco que desacreditará a nuestra tierra.
Como supongo que esto ya es irreversible, a los segovianos no nos queda otro remedio que llorar por aquel maravilloso Teatro Cervantes desaparecido, aunque estuviera algo viejo por el paso del tiempo y la desidia. Es la maldición de esta tierra que desde Isabel La Católica (1474-1504) pasando por Carlos III (1759-1788) y la expoliación de sus territorios por Javier de Burgos en 1833 hasta nuestros días, no hemos sufrido más que expoliaciones y ultrajes. Precisamente hace algunos días ha visto la luz un libro titulado “La Utopía de la autonomía de Segovia” de Jesús Fuentetaja, donde se narra magníficamente el último atropello que hemos sufrido al no concedernos el gobierno la autonomía uniprovincial por Razones de Estado que es precisamente una sinrazón y así nos va.
El último desafuero será la construcción de lo que quieren llamar Teatro Cervantes, sin tener connotaciones con aquél, es decir sin verdaderamente serlo.Enhorabuena por tu trabajo, Jesús, y que tengas mucho éxito.
lunes, 6 de septiembre de 2021
Utopía Segoviana
Se acaba de publicar ‘La utopía de Segovia’, un interesantísimo libro donde el autor, Jesús Fuentetaja, describe con autoridad de forma rigurosa y bien documentada el intento frustrado de convertir Segovia en una Comunidad Autónoma Uniprovincial. Fue un intento frustrado pero emprendido en defensa propia, y lo que es evidente, como dijo Pedro Altares, es que “el caso de Segovia no era para reírse. Si acaso, para meditar”.
Hay que resaltar que el libro cumple con creces el objetivo primordial que se marca en la introducción: cubrir la carencia de información sobre aquellos sucesos. Por eso es muy de agradecer este trabajo porque desde 1981 hasta hoy, ha habido un silencio absoluto sobre aquella aventura que el autor define como utópica. Lo que sucede es que el tiempo ha demostrado que Lamartine tenía razón cuando afirmaba que “las utopías son a menudo verdades prematuras”. Pero lo cierto es que dos generaciones de segovianos desconocen aquellos hechos en los que se negó a sus padres y abuelos la posibilidad de decidir por sí mismos. Por ello, parece muy conveniente que aparezca un estudio serio, preciso y minucioso, de todos los acontecimientos de aquella época, para que puedan tener una opinión al respecto.
Los comuneros del s.XVI intuyeron que se iba a sacrificar Castilla a unos intereses que no eran los suyos y por eso se negaron a someterse al capricho del rey. De igual manera hace cuarenta años, como nuevos comuneros, una gran mayoría de los concejales de la provincia de Segovia se negaron a someterse al capricho de los partidos políticos. Pienso que estuvieron acertados al no aceptar las consignas de los partidos políticos y actuar de acuerdo con lo que creían honestamente que era mejor para Segovia y para las personas que representaban. Porque lo que demandaba Segovia -según recuerda el autor-, era tiempo para pensar y es lo que se negó con el acuerdo de las dos formaciones políticas más importantes, por las prisas en cerrar de una vez por todas y cuanto antes el mapa autonómico del Estado español.
En el libro se afirma que si no hubiera habido esas prisas y se hubiera esperado a la sentencia de la Audiencia Territorial de Madrid, Segovia habría logrado reunir los dos requisitos exigidos por el art.143.2 de la Constitución para poder llegar a constituirse en Comunidad Autónoma Provincial: más de 2/3 de los ayuntamientos (178 sobre 203) y la mayoría del censo electoral de la provincia (50,69%). Pero no pudo ser. Otra cosa hubiera sido si se hubiese hecho caso de la recomendación de Salvador Bernal : la inmersión de nuestra provincia en una u otra región requiere serenidad en la información, tiempo para la sedimentación y calma en el resolver; pero sobre todo oír a los afectados, ya que la decisión definitiva en relación con su incierto futuro debe ser materia de su privativa competencia.
Y hoy estamos como estamos. Todo el mundo puede sacar sus propias conclusiones, respetables todas porque, como es natural, entiendo que todo el mundo quiere lo mejor para su tierra. No sabemos lo que podría haber sido de haber tomado otra decisión (no se puede afirmar que algo es mejor si no ha sucedido), pero lo que es evidente es que estaríamos decidiendo nosotros mismos nuestro desarrollo y nuestro progreso. Debo confesar que nunca he sido un entusiasta de las autonomías y además creo firmemente que los derechos de los ciudadanos están antes que los derechos de los territorios. Por eso envidio a La Rioja, a Madrid, a Murcia, a Asturias, a Navarra y a Cantabria, porque tienen más posibilidad de ser los dueños de su futuro.
También me gustaría decir que me ha parecido impecable la carta que Carlos Gila dirige a Jesús Fuentetaja y también me parece perfecto que este la sitúe al inicio del libro. Me parece impecable porque demuestra que Carlos Gila fue un segoviano entusiasta y un enérgico luchador en defensa de los intereses de Segovia. De él aprendí a poner a Segovia por encima de cualquier otra consideración y a no tener obediencia ciega a los partidos (lo que me granjeó la enemistad de algunos pero el respeto de muchos más). Siempre le tuve un gran afecto y guardo un espléndido recuerdo. Tengo muy presente la última conversación que tuvimos, cuando hablamos de todo y como siempre con la mayor sinceridad, antes de que la enfermedad se mostrara con toda su crudeza. Y también me parece perfecto situar esa carta al inicio del libro, porque es una forma entrañable por parte de Jesús Fuentetaja de hacer un gran y sentido homenaje a un segoviano digno y valiente que merece permanecer en nuestro recuerdo de una forma destacada.
Y para concluir, quiero manifestar lo gratificante que ha sido leer y recordar intervenciones y opiniones de insignes segovianos como nuestro añorado Manuel González Herrero, Salvador Bernal Martín de quien conservo sabrosas anécdotas, José María Herrero, ex alumno marista como yo y ejemplo de buena persona, Modesto Fraile, Carlos Gila, Rafael de las Heras… y de la buena gente de Comunidad Castellana que quiero personificar en el siempre amable Carlos Arnanz.
miércoles, 1 de septiembre de 2021
Castellano
Jesús Fuentetaja, El Adelantado de Segovia, 31 de Mayo de 2021.
Una agradable sorpresa editorial ha constituido la reciente publicación de “Castellano”, el último libro del prolifero escritor Lorenzo Silva. Estas cuatro sílabas son suficientes para despertar el interés del lector, sobre todo si comparte el mismo sentimiento identitario con el creador de los personajes de Bebilacqua y Chamorro, celebres investigadores ficticios de la Guardia Civil, protagonistas de la saga de novelas policiacas más conocidas de su autor. Porque el libro, en realidad trata de eso, de identidades, pero de la identidad menos popular de España, la menos reivindicada, la más vilipendiada y la más olvidada, como así ha considerado el propio Silva, en alguna de las entrevistas que ha venido concediendo en la promoción de su última obra. Versa ésta sobre la confusa situación histórica del pueblo castellano, dejando constancia del maltrato al que ha sido sometido y que se inicia con el relato novelado del levantamiento de las Comunidades de Castilla, cuyo quinto centenario de la derrota comunera estamos este año conmemorando y no celebrando, porque ninguna derrota debiera ser jamás celebrada.
No deja de sorprender gratamente, que esta postrera reivindicación proceda precisamente de alguien que ha tenido a gala mostrarse como un ciudadano del mundo, sin ataduras localistas que pudieran condicionar sus sentimientos. En los Hechos de los Apósteles, se narra la aparición que sufriera Saulo, camino de Damasco y que transformaría radicalmente su vida para siempre. Cuenta Lorenzo Silva, en las primeras páginas de su libro, como llegó hasta él la inspiración que le hiciera tomar plena conciencia de la identidad castellana a la que pertenece por su origen madrileño. Sucedió en un viaje nocturno por carretera, en cuyo trayecto introdujo de forma inconsciente en el reproductor del vehículo, uno de los CD que había adquirido no hacía mucho. Antes de que entraran los agudos sones de la dulzaina de Mariano San Romualdo (Silverio), como preludio al disco de Los Comuneros, vino a retumbar en el coche la impetuosa voz de Luis Martín, que con plena rotundidad proclamaba: “Tu, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres, al sufrir que un tan noble reino, como eres, sea gobernado por quienes no te tienes amor”. Fueron las voces del Nuevo Mester de Juglaría, cantando los textos de Luis López Álvarez, las que despertaron a Lorenzo Silva, en su dormida conciencia, la pertenencia sentimental al depauperado proyecto colectivo del pueblo castellano.
Algunas reflexiones parece oportunas añadir, aprovechando el tirón informativo del libro de rabiosa actualidad. Personalmente, siempre he considerado que el llamado regionalismo castellano, más que constituir una necesidad interior que precisara emerger y expresarse de dentro hacia fuera, se ha manifestado casi siempre, como una reacción frente a la acción proveniente del exterior, de manera especial frente a las reivindicaciones de los nacionalismos periféricos. Esta reacción provocó en el último tercio del siglo XIX las propuestas regionalistas de organización territorial de España del leonés Gumersindo de Azcarate; que también estuvieron presentes en las obras del cántabro afincado en Valladolid, Macías Picavea; del farmacéutico soriano Elías Romera y en menor medida en la del ingeniero segoviano Luis Carretero y Nieva, que compartía su oposición a las reivindicaciones autonómicas catalanas, con su enfrentamiento visceral con las oligarquías harineras de las provincias leonesas. Fue, precisamente, la intervención de Cambó en el Congreso de los Diputados del día 20 de noviembre de 1918, solicitando la autonomía para Cataluña, lo que provocó la reacción de las Diputaciones castellanas, que después de una primera reunión en Burgos, vinieron a redactar y aprobar el día 25 de enero de 1919 y en la sede de la Diputación segoviana, lo que se conoce como las Bases de Segovia, en donde venían a oponerse radicalmente a la desmembración del país, al mismo tiempo que intentaban implantar una nueva organización territorial para Castilla, basada en la autonomía de sus municipios y provincias y a la posterior mancomunidad de estas últimas en plena igualdad de derechos y obligaciones.
“Ha sido Castilla quien ha perdido la batalla y no me refiero únicamente a la derrota de Villalar”
La identidad y el regionalismo castellano han sido siempre elementos integradores del todo constitutivo de la realidad española. Nunca se ha entendido a Castilla sin España y viceversa. Así ha sucedido que los palos de los secesionistas dirigidos a esta última se hayan venido descargando sistemáticamente sobre las espaldas de la primera. Ha sido Castilla quien ha perdido la batalla y no me refiero únicamente a la derrota de Villalar. El desarrollo del Título VIII de la Constitución de 1978, ha traído como consecuencia que se hayan aventado a los aires autonómicos los despojos en cinco partes de la otrora poderosa Castilla, que hace quinientos años intentó hacer comprender a su rey que el reino debía estar siempre por encima de él, y que no merecía ser rey aquel que antepusiera sus intereses personales a las necesidades de su pueblo. Es aquella identidad castellana la que ha sido ahora atacada con el arma más temible: la de la disgregación de su razón de ser ¿Cómo se puede sentir una identidad común entre los naturales de las actuales autonomías de Cantabria, La Rioja, Castilla y León, Madrid y Castilla-La Mancha, todos castellanos en su origen histórico? ¿Se podría volver la oración en pasiva? ¿Qué pasaría si pudieran unirse de nuevo las piezas en que se rompió el puzle, con una Castilla fuerte, aprovechando el eje principal de Madrid y con la salida al mar de Cantabria? Pues que posiblemente sería el mejor antídoto contra las sediciones que no cesan. Al reclamo del conocido tópico de: “Castilla entera se siente comunera”, se añadiría el de: “Castilla unida, ni vieja ni nueva”. En esa Castilla, ahora utópica, jamás se habría producido el intento no menos utópico de Segovia para acceder a su autonomía provincial, convertida hace cuarenta años, por mor de las circunstancias, en el Pepito Grillo de la España autonómica.
En cualquier caso, mil gracias Lorenzo, por venir a blandir tu lanza en forma de pluma, con la que asumes tan esplendida como caballerosamente la defensa de un ideal, tan necesario para los castellanos como incomprendido por aquellos que no sienten amor por esta tierra.