Jesús Fuentetaja, El Adelantado de Segovia, 31 de Mayo de 2021.
Una agradable sorpresa editorial ha constituido la reciente publicación de “Castellano”, el último libro del prolifero escritor Lorenzo Silva. Estas cuatro sílabas son suficientes para despertar el interés del lector, sobre todo si comparte el mismo sentimiento identitario con el creador de los personajes de Bebilacqua y Chamorro, celebres investigadores ficticios de la Guardia Civil, protagonistas de la saga de novelas policiacas más conocidas de su autor. Porque el libro, en realidad trata de eso, de identidades, pero de la identidad menos popular de España, la menos reivindicada, la más vilipendiada y la más olvidada, como así ha considerado el propio Silva, en alguna de las entrevistas que ha venido concediendo en la promoción de su última obra. Versa ésta sobre la confusa situación histórica del pueblo castellano, dejando constancia del maltrato al que ha sido sometido y que se inicia con el relato novelado del levantamiento de las Comunidades de Castilla, cuyo quinto centenario de la derrota comunera estamos este año conmemorando y no celebrando, porque ninguna derrota debiera ser jamás celebrada.
No deja de sorprender gratamente, que esta postrera reivindicación proceda precisamente de alguien que ha tenido a gala mostrarse como un ciudadano del mundo, sin ataduras localistas que pudieran condicionar sus sentimientos. En los Hechos de los Apósteles, se narra la aparición que sufriera Saulo, camino de Damasco y que transformaría radicalmente su vida para siempre. Cuenta Lorenzo Silva, en las primeras páginas de su libro, como llegó hasta él la inspiración que le hiciera tomar plena conciencia de la identidad castellana a la que pertenece por su origen madrileño. Sucedió en un viaje nocturno por carretera, en cuyo trayecto introdujo de forma inconsciente en el reproductor del vehículo, uno de los CD que había adquirido no hacía mucho. Antes de que entraran los agudos sones de la dulzaina de Mariano San Romualdo (Silverio), como preludio al disco de Los Comuneros, vino a retumbar en el coche la impetuosa voz de Luis Martín, que con plena rotundidad proclamaba: “Tu, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres, al sufrir que un tan noble reino, como eres, sea gobernado por quienes no te tienes amor”. Fueron las voces del Nuevo Mester de Juglaría, cantando los textos de Luis López Álvarez, las que despertaron a Lorenzo Silva, en su dormida conciencia, la pertenencia sentimental al depauperado proyecto colectivo del pueblo castellano.
Algunas reflexiones parece oportunas añadir, aprovechando el tirón informativo del libro de rabiosa actualidad. Personalmente, siempre he considerado que el llamado regionalismo castellano, más que constituir una necesidad interior que precisara emerger y expresarse de dentro hacia fuera, se ha manifestado casi siempre, como una reacción frente a la acción proveniente del exterior, de manera especial frente a las reivindicaciones de los nacionalismos periféricos. Esta reacción provocó en el último tercio del siglo XIX las propuestas regionalistas de organización territorial de España del leonés Gumersindo de Azcarate; que también estuvieron presentes en las obras del cántabro afincado en Valladolid, Macías Picavea; del farmacéutico soriano Elías Romera y en menor medida en la del ingeniero segoviano Luis Carretero y Nieva, que compartía su oposición a las reivindicaciones autonómicas catalanas, con su enfrentamiento visceral con las oligarquías harineras de las provincias leonesas. Fue, precisamente, la intervención de Cambó en el Congreso de los Diputados del día 20 de noviembre de 1918, solicitando la autonomía para Cataluña, lo que provocó la reacción de las Diputaciones castellanas, que después de una primera reunión en Burgos, vinieron a redactar y aprobar el día 25 de enero de 1919 y en la sede de la Diputación segoviana, lo que se conoce como las Bases de Segovia, en donde venían a oponerse radicalmente a la desmembración del país, al mismo tiempo que intentaban implantar una nueva organización territorial para Castilla, basada en la autonomía de sus municipios y provincias y a la posterior mancomunidad de estas últimas en plena igualdad de derechos y obligaciones.
“Ha sido Castilla quien ha perdido la batalla y no me refiero únicamente a la derrota de Villalar”
La identidad y el regionalismo castellano han sido siempre elementos integradores del todo constitutivo de la realidad española. Nunca se ha entendido a Castilla sin España y viceversa. Así ha sucedido que los palos de los secesionistas dirigidos a esta última se hayan venido descargando sistemáticamente sobre las espaldas de la primera. Ha sido Castilla quien ha perdido la batalla y no me refiero únicamente a la derrota de Villalar. El desarrollo del Título VIII de la Constitución de 1978, ha traído como consecuencia que se hayan aventado a los aires autonómicos los despojos en cinco partes de la otrora poderosa Castilla, que hace quinientos años intentó hacer comprender a su rey que el reino debía estar siempre por encima de él, y que no merecía ser rey aquel que antepusiera sus intereses personales a las necesidades de su pueblo. Es aquella identidad castellana la que ha sido ahora atacada con el arma más temible: la de la disgregación de su razón de ser ¿Cómo se puede sentir una identidad común entre los naturales de las actuales autonomías de Cantabria, La Rioja, Castilla y León, Madrid y Castilla-La Mancha, todos castellanos en su origen histórico? ¿Se podría volver la oración en pasiva? ¿Qué pasaría si pudieran unirse de nuevo las piezas en que se rompió el puzle, con una Castilla fuerte, aprovechando el eje principal de Madrid y con la salida al mar de Cantabria? Pues que posiblemente sería el mejor antídoto contra las sediciones que no cesan. Al reclamo del conocido tópico de: “Castilla entera se siente comunera”, se añadiría el de: “Castilla unida, ni vieja ni nueva”. En esa Castilla, ahora utópica, jamás se habría producido el intento no menos utópico de Segovia para acceder a su autonomía provincial, convertida hace cuarenta años, por mor de las circunstancias, en el Pepito Grillo de la España autonómica.
En cualquier caso, mil gracias Lorenzo, por venir a blandir tu lanza en forma de pluma, con la que asumes tan esplendida como caballerosamente la defensa de un ideal, tan necesario para los castellanos como incomprendido por aquellos que no sienten amor por esta tierra.
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