jueves, 18 de junio de 2020

La nueva censura

Jesús Fuentetaja – El Adelantado de Segovia, 16 junio, 2020.

Acabo de escuchar y también leer, que una distribuidora de películas ha retirado de su catálogo “Lo que el viento se llevó”, por considerar el larguísimo y para algunos —entre los que me encuentro— inaguantable film, como una apología del racismo. Confieso que con esta película me ha pasado como con algunos de los grandes clásicos de la literatura universal, que me ha costado horrores hincarles el diente. Es el caso de “Guerra y Paz”, de León Tolstói; de “La Montaña Mágica”, de Thomas Man; del “Ulises”, de James Joyce, y si me apuran y ya tirando más para casa, de “La Regenta”, de Leopoldo Alas Clarín, desarrollada en la Vetusta ovetense. Tanto la visualización de aquella, como la lectura de cualquiera de éstas, me ha llevado a identificarme con los sufrimientos de nuestro gran Perico Delgado, cuando le veíamos ascender en el mes de julio de cada año, el Tourmalet, el Alpe d’Huez o el mismísimo Puy-de-Dôme. Es decir, se me hacían cuesta arriba, no solo acabarlas, sino alcanzar siquiera las primeras rampas de su excesivo largometraje o de sus voluminosas páginas, quedándome rezagado y exhausto nada más vislumbrar la pronunciada revuelta que me esperaba tras el recodo.

Pero, no es esta la reflexión principal que pretendo ocupe el espacio que graciablemente me brinda la dirección del periódico. Porque una cosa es que uno no tenga capacidad, o a lo mejor puede que paciencia, para apreciar las grandes virtudes cinematográficas o literarias de las obras citadas, y otra muy distinta es que se limite y se condicione su acceso a quienes deseen libremente llegar al conocimiento de las mismas, porque alguien, con vocación de Gran Hermano, tendencia, por otra parte, que tanto se prodiga en estos tiempos, se haya dado cuenta ochenta años después, que su contenido resulta actualmente anacrónico, peligroso y políticamente incorrecto. Las nuevas tendencias de fiscalizar y dominar los gustos y la opiniones de los demás, principalmente a través del incontrolado mundo de las redes sociales, se basa en fijar ideologías y actos de conducta que van señalando el único camino que es posible transitar, si no quiere uno precipitarse en las fosas de la intolerancia de quienes van a tratar como enemigos incluso equidistantes a cualquiera que se aparte de la senda trazada por ellos. No creo que los millones de espectadores (algunos como en mi caso sufridos) que durante todos estos años, hayan podido finalmente llegar a contemplar el The End de la película de la discordia, realizada en el periodo de entre dos guerras mundiales y ambientada en medio de una contienda civil, salieran de los cines, la mayor parte de ellos, con el ardor guerrero desatado para militar en el Ku Klux Klan, sino más bien repudiando esa lacra en la historia de los seres humanos que ha constituido tanto la esclavitud como el racismo, elementos básicos, pero no únicos sobre los que se asienta la trama del film —historia viva de la cinematografía—, que se limita a poner todos estos elementos a la vista del espectador, quien se supone que sabrá discernir sobre lo que ha presenciado.

Decidir por los demás lo que estos pueden o no pueden ver o hacer, es propio de ideologías totalitarias que persiguen controlar, encaminar y dirigir las voluntades de las personas.

Liberticidas de la libertad de creación artística y del derecho a decidir lo que a cada uno le conviene. En los últimos días del franquismo a más de un nostálgico del régimen cuyo final ya se vislumbraba en el horizonte, se le oía decir como un constante sonsonete: ¿para esto hicimos una guerra? Y digo yo ahora, ¿para esto hicimos entre todos la transición de la dictadura hacia la libertad plena de los españoles?, para que se quieran implantar de nuevo sofisticados sistemas de censura, aunque sea con la excusa de amparar principios y derechos fundamentales que nadie niega, pero justificando con ellos que pueda limitarse el derecho a decidir, a pensar y a reflexionar por nosotros mismos. Poca diferencia hay entre la prohibición de proyectar en los cines de la época franquista “El Fantasma de la Libertad”, de Luis Buñuel; que intentar impedir ahora que no pueda verse “Lo que el viento se llevó”. ¿Qué será lo siguiente? Echar a la hoguera de la inquisición feminista las copias de “El hombre Tranquilo”, de John Ford, por exponer las ancestrales tradiciones machistas presentes en la vieja Irlanda. Incluir en el índice maldito de la lucha de clases el film “El Gatopardo” de Luchino Visconti, basado en la novela homónima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, por presentar ente el espectador la decadente aristocracia italiana del siglo XIX, contraria, evidentemente, a la revolución de Garibaldi que se les venía encima. O arramblar en un oscuro rincón, cualquier obra de arte que hubiera tenido de mecenas a personajes históricos contrarios a las ideas que profese el nuevo censor.

Mala cosa es esta de no respetar la pluralidad de ideas, de creencias y de ideologías, pretendiendo, a cambio, establecer la igualdad de pensamiento que se nos quiere imponer para no sobrepasar la delgada línea roja que nos ubicaría, a sus ojos, en militantes del bando contrario. Con razón igualdad y libertad han sido siempre dos conceptos, que en el transcurso de la historia de la humanidad debieran haber sido complementarios, pero casi siempre se han mostrado como antagónicos. Ronald Cartland, político inglés nacido en 1907 y muerto en acción al principio de la Segunda Guerra Mundial, se planteaba si se debiera colocar a la libertad por encima de la igualdad, porque en su opinión, la igualdad implica subyugamiento y represión. Es decir, si admito la igualdad es para poderme sentir igualmente libre entre los demás. Pero especialmente preciso de la libertad para poder ejercer todos mis derechos, incluso el de equivocarme en escoger la película que me apetezca ver, o seleccionar el libro con el que incluso, pretenda aburrirme. Pero sin censura previa por favor. Que cada cual piense y opine lo que libremente se le ocurra, incluido sobre el contenido de este artículo, faltaría más.

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