Jesús Fuentetaja – El Adelantado de Segovia --13 enero, 2019.
Desde su norte hasta su sur, en metro y medio y poco más; árbol torcido, casi cruz, con flor hoyada en el ojal. Así dice Ismael que es él, en su auto retrato musical con el que va desgranado su fisonomía al mismo tiempo que desnuda su alma. Su cara es tierra de labor, con surcos que marcó el azar, los pozos llenos de dolor y un manantial para gritar. Ismael Peña Poza que hoy, día 13 de enero de 2019, hace tres años que trepó hasta la rama número ochenta del árbol de su vida, merece ser traído a esta sección en donde cada domingo estamos intentado hablar de nosotros mismos, porque entre los nuestros siempre hemos de considerarle. Fue aquel niño que un día en Castilla (en Torreadrada) en plena guerra rompió una flor. Se hizo amigo de los arroyos, de las montañas y de un ciprés. En la amistad fue encontrando apoyos y de la verdad conoció el revés, sigue diciendo Ismael. Él, que cambió de cielo y de perfil, dejó su paso en tierra y mar y volvió con paz y sin fusil, para volar con su canto al palomar. Así, considera él que es Ismael.
¿Y quién es para los segovianos de hoy Ismael? Pues al menos para los que amamos las tradiciones y la música popular, el decano de los folkloristas de Segovia. Fue, además, el puente tendido en el arroyo del tiempo que separaba generacionalmente a Agapito Marazuela del Nuevo Mester de Juglaría, así como de todos los que luego fueron acudiendo a comer de la rica mesa de nuestro folklore. Cuando gozaba Ismael de fama y notoriedad, siendo un veterano al que aún le quedaba juventud por gastar. Cuando se encontraba en la cúspide de su carrera musical como autor y como intérprete.
Cuando en los años setenta, junto a la Banda del Mirlitón, se inventó un programa mítico en Televisión Española (no había otra), que enseñó a los niños de entonces a querer y a respetar el folklore de todos los rincones patrios. Cuando alternaba la dirección de este programa con la composición e interpretación musical. Cuando todo esto hacía y nada debía a Segovia, puesto que de aquí ya hacía tiempo que había salido, decidió en 1976 rendir tributo a la tierra que le vio nacer, agrupando en torno al maestro Marazuela a todos los folkloristas segovianos para grabar con ellos, pero editando y produciendo a su costa, a la suya, a la de Ismael, el disco Segovia Viva: “Me siento feliz y doy las gracias por haber tenido la posibilidad de cumplir con la obligación de hijo de una tierra y de hermano de mis hermanos. De poder ofrecer, en fin, esta muestra de Segovia viva”, dejó dicho en la contraportada del álbum.
¿Y qué debía Ismael a Segovia? Más bien poco, por no decir nada. Las represalias de la dura posguerra le obligaron a seguir a su madre en el destierro como maestra nacional, concretamente hasta Labajos. No salía de la provincia pero si abandonaba el entorno familiar y los paisajes y lugares donde viera la primera luz. Luego, partió joven a Madrid a cursar estudios universitarios que enseguida abandonó para iniciar una carrera musical que le llevaría a dar con su menudo cuerpo en el Paris existencialista y transcultural de la década de los sesenta, donde fue testigo del mítico mayo del 68. En la capital de Francia realizó sus primeras grabaciones: “Canciones del pueblo, canciones del rey”, con la que obtuvo el Grand Prix International du disque de 1965, de la prestigiosa Academia Charles Cros; “Florilegio de España” y “Aprés le silence”. Luego en 1969 anunció el regreso a nuestro país con el álbum “Ismael en España”, donde prestó su voz y su música a un buen puñado de nuestros poetas, incluido el chileno Pablo Neruda. Después inició un fructífera carrera comercial con discos como “Así soy yo” (1971) y “Alzo la voz” (1973). Cansado de subirse a los escenarios de medio mundo fue apartándose de la interpretación para dedicarse a recopilar obras de arte, instrumentos musicales, juguetes, bordados, piezas de cerámica popular, marionetas, libros, tratados y grabaciones foklóricas, y otros muchos objetos que componen una colección de un alto valor etnográfico, que poco a poco ha ido depositando en su casa de Sevilla la Nueva. Hasta en eso se ha mantenido fiel, puesto que decidió fijar su residencia en esta población, que antaño perteneciera a la Tierra de Segovia.
En el avanzado otoño de su vida pretende Ismael que estas colecciones pasen a formar parte del patrimonio cultural de alguna administración pública, preferentemente de su tierra, para que no ocurra lo mismo que sucedió con sus marionetas, que finalmente acabaron viajando a Cádiz, casi al mismo tiempo que otra colección de títeres gaditanos partían hacia Segovia. En ello últimamente se desespera, porque siente que para él el tiempo transcurre a una mayor velocidad. Por lo que a mí respecta, amigo Ismael, sólo me queda desearte lo mejor y que pueda volver a felicitarte otros muchos treces de enero más. Un fuerte abrazo.
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