El Cerro de los Moros
Fernando Sánchez Dragó
Salvajada en ciernes. Está en marcha, aunque quizá aún sea posible detenerla.
En Soria, la capital del alto Duero, la cabeza de Extremadura, la noble villa de los Doce Linajes, están a punto de levantar en las faldas del monte de su castillo, frente a la ermita de San Saturio, en el cogollo de la curva de ballesta cantada por Antonio Machado, treinta bloques de edificios de seis plantas que servirán de conejera a mil trescientas sesenta viviendas. Casi nada. Se dice pronto. Cuesta trabajo creer que a estas alturas, después de tanto gorjeo y cacareo sobre la España Vaciada, pueda asestarse semejante cuchillada al corazón de uno de los enclaves paisajísticos, históricos, religiosos, legendarios, literarios, monumentales y sacramentales más significativos de nuestro devenir, de nuestra geografía y de nuestro imaginario.
Esa zona se llama Cerro de los Moros, topónimo del que nadie hablaba hace cosa de un año. Yo, por ejemplo, no lo conocía. Ahora lo conocen todos los sorianos. Cunde entre ellos el estupor y la indignación. No es para menos. El vecindario poco a poco se moviliza. Se han recogido ya ocho mil firmas con el propósito de llegar cuanto antes a las diez mil. Los sorianos de pro están dando la cara. Somos ya muchos los que, pluma en ristre, adarga antigua y lengua en astillero, nos estamos sumando a la protesta, firmamos manifiestos, elevamos instancias a las autoridades, publicamos artículos, ejercemos el derecho al pataleo y denunciamos la fechoría en la prensa, en la radio, en la televisión y en todas las tribunas puestas a nuestro alcance.
¿No es un delito contra la tan discutible y discutida ley de Memoria Histórica permitir que la voladura del Cerro de los Moros llegue a término?
Llueve sobre mojado. Muy a finales de los años setenta a punto estuvo de suceder algo similar en el mismo paraje. Fue bajo el primer gobierno de UCD. Los ministerios de Cultura y de Obras Públicas, con el apoyo de las instituciones comarcales y municipales, aprobaron el tendido de una ciclópea y sofocante carretera de circunvalación que rodearía la ciudad y sobrevolaría (y sobreviolaría… Consiéntaseme el neologismo) el cauce del Duero entre el yacimiento templario de San Polo y la ermita de San Saturio, patrono de la ciudad. Soria entera y verdadera, hija de numantinos y termestinos, se convirtió en émula de Fuenteovejuna ante la inminencia de tan atroz desmán, cerró filas, borró diferencias, se encampanó, recurrió a la prensa, salió a la calle y se echó al monte –en el sentido casi literal de la expresión– para defender la integridad estética y ética, cultural y popular, literaria y legendaria, folclórica y fiestera, del conjunto geográfico y monumental que encandiló a Bécquer, a Machado, a Gerardo Diego, a Juan Antonio Gaya Nuño, a Clemente Sáenz y su descendencia, a Heliodoro Carpintero, a Julián y Javier Marías, a Peter Handke, a Santos Sanz Villanueva, a Emilio y Antonio Ruiz, a Manuel Villar Raso, a Avelino y Abel Hernández, a Carmelo Romero, a Juan José Peracho, a Julio Llamazares, a José Ángel González Sáinz, a Pelayo del Riego, a quien esto escribe y a tantos otros. Discúlpenme los que no menciono. No hay voluntad de ofensa ni de olvido.
La carretera, al cabo, no se construyó. Las autoridades políticas dieron la batalla por perdida y optaron por otra solución menos carnívora para el paisaje y para el paisanaje.
De no hacerse así me atrevo a proponer que el día 2 de octubre, festividad de san Saturio, Soria vuelva a salir a la calle, y yo con ella
Menester es que volvamos a hacer lo mismo. En esta ocasión, por lo que sé del asunto, el problema no es de malévola intención por parte de quienes tienen mando en plaza, sino meramente judicial, pecuniario y administrativo. Parece ser que en su día se adjudicó a una empresa constructora y promotora, de ésas que tanto abundan al calor de las burbujas y los estertores inmobiliarios, el derecho, previo pago, a edificar en la zona de autos el barrio ahora puesto en solfa y que para impedirlo y salvaguardar la virginidad del monte amenazado bastaría con desembolsar cuarenta millones de euros. No es una cantidad inabordable en días de tanto dispendio como los que corren. Pónganlos el gobierno central o autonómico, la alcaldía, la Diputación, la Mancomunidad, la Banca, la Caja Rural, cualquier fundación, los filántropos de bolsillo lleno, los millonetis más o menos locatis, los partidos, el Obispado, Bruselas o el lucero del alba, pero póngalos alguien. ¿No es un delito contra la tan discutible y discutida ley de Memoria Histórica permitir que la voladura del Cerro de los Moros llegue a término? ¿Va la Unión Europea, que tanto presume de ecologismo y ambientalismo, a mirar al tendido desentendiéndose del toro que está en el ruedo?
De no hacerse así me atrevo a proponer, desde esta atalaya periodística, que el día 2 de octubre, festividad de san Saturio, Soria vuelva a salir a la calle, y yo con ella, y protagonice una pacífica asonada. Dicho queda. Difícil será que las personas de bien o los partidos políticos, unánimes por una vez, se opongan a esa iniciativa, que redundará en beneficio de todos y a nadie, por vía de indemnización y escrupulosa observancia de lo notarialmente acordado, perjudicará.
Posdata – Terminado ya este artículo y enviado a La Gaceta me informan algunos amigos de que el proyecto está prácticamente en vía muerta, de que en el Ayuntamiento se disponen a resolverlo con el carpetazo de rigor y de que los responsables de la empresa constructora se resignan a dar la batalla por perdida y zanjado un acuerdo que se remonta a muchos años atrás. No estoy en condiciones de verificar la información por mucho que me fíe de los amigos que me la transmiten, pero ojalá estén en lo cierto y el conflicto sea ya tan sólo una pesadilla que se desvanece.