Jesús Fuentetaja
El Adelantado de Segovia -18 julio, 2020
Mi madre, gran aficionada a un deporte que apenas vislumbró en blanco y negro a través de las imágenes del NODO, a medida que iba dando a luz a sus hijos (tuvo hasta tres) les iba haciendo del club que había visto conquistar cinco copas de Europa seguidas en el cine. Luego, más tarde, sí que iba a hablar con el cura para bautizarnos. Quiero decir con ello, que mi condición de madridista me viene de cuna y forma parte además, de la carga genética heredada de la que uno no puede renunciar, pero es que tampoco quiero. Soy consciente que declararse ahora seguidor del equipo del “Real de Madrid”, como le llama el personaje que interpreta uno de sus más histriónicos y conocido de sus detractores televisivos, es un riesgo tan grande como el de no confesar abiertamente la ideología política con la que no llegas a simpatizar, exponiéndote con ello a padecer las trágicas consecuencias que provoca la espiral del “conmigo o contra mí”, que en ascendente remolino huracanado, tiende a transformarse en tornado devastador, que en caso de no amainar, termina llevándose por el aire la convivencia entre las personas. El “me opongo a lo que digas”, sea esto lo que sea, ha desplazado al más cordial del no estoy de acuerdo, aunque respete tu opinión. Y es evidente que el fútbol, sobre todo el fútbol, no puede ser una excepción.
Pensaba esto la otra noche, mientras disfrutaba con serena felicidad de la obtención del campeonato de liga número 34 del club merengue, con alegría, pero a la vez con un poso de tristeza por la situación que ha condicionado nuestra existencia en los últimos meses y que ha tenido también una incidencia muy directa en el desarrollo de la competición. Reflexionaba cómo era posible que un mismo hecho pudiera llegar a generar un estado de felicidad en alguien, al mismo tiempo que convertirse en la causa del disgusto de otros. El Madrid es el paradigma perfecto de la actual división de la sociedad en dos bandos irreconciliables, entre partidarios y adversarios, en este caso, entre madridistas y antimadridistas. Y al igual que me ocurre con la política, no entiendo esta situación que se fundamenta en una exacerbada disparidad, cada vez más acentuada. Puedo comprender las manifestaciones a favor de una determinada opción política o de un concreto club deportivo, pero no entiendo aquellas que se producen sistemáticamente en contra, en las que no se deja espacio alguno para el diálogo, material básico éste con el que debe construirse toda convivencia civilizada.
En opinión de los psicólogos, en las conductas basadas en la confrontación directa, existe un componente patológico muy alto originado por el odio, que no en pocas ocasiones tiene su raíz primigenia en la envidia. Otro gran aficionado madridista, el escritor Javier Marías, dejó plasmada esta cuestión hace algunos años, en uno de sus artículos más celebrados: ¿Por qué no nos odian?, titulaba, porque así dice que se preguntaban los seguidores de uno de los eternos rivales del Madrid, extrañados ante la falta de correspondencia hacia ellos de este ancestral sentimiento. Por lo que a mí respecta y como madridista, no soy capaz de odiar a nadie. Sólo disfruto con las satisfacciones que pueda darme mi equipo y únicamente llegan a disgustarme sus fracasos. El balance resulta evidentemente satisfactorio y desde el pasado jueves 16 de julio todavía un poquito más. Pero ni me alegra ni tampoco me preocupa lo que suceda con el resto de los equipos ¿Se deberá a que desde mi personal óptica no debo tener motivo alguno para ello? Como ya hemos anticipado, parece ser que los psicólogos tienen la respuesta: “Se odia lo que se envidia y se envidia aquello de lo que se carece”. Lo que lamento es seguir sin explicación alguna para el cada vez más pronunciado antagonismo, que día a día se va extendiendo al resto de la sociedad, cuando de política se trata. ¿Quién influye en quien, el fútbol en la política o la política en el futbol? Trabajo ahora para los sociólogos.
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