Carlos Arnanz Ruiz (*)
El Adelantado de Segovia, 13 enero, 2020.
Recientemente han aparecido en El Adelantado de Segovia dos escritos que me han causado gran pena. El primero, un artículo titulado “Adiós al viejo Café España de Santa María la Real de Nieva”, firmado por Moisés Migueláñez Gómez. El segundo, una carta a la directora de este periódico que firma “Una de las nietas” de los actuales propietarios.
Como en uno y otro texto se explican los motivos por los que desaparece este emblemático establecimiento voy a centrarme en mi particular vinculación con el mismo, vinculación que se remonta a prácticamente medio siglo y por aquel entonces, en su plenitud.
Animado por el moderado éxito de mi libro PEDRAZA, propuse al Ayuntamiento de Santa María (no debía nunca olvidar poner “la real”) dar a la imprenta unos folios. No tendrían otra pretensión que difundir el conocimiento de lo más significativo de esta villa y que pudieran ser útiles a propios y extraños.
Se me aceptó la idea y don Antonio de Mateo Remacha no solo participó haciendo las fotografías en blanco y negro, sino investigando también en los grabados de Domingo García que conformaron un capítulo.
El ilustre académico de San Quirce don Manuel González Herrero tuvo, por su parte, la gentileza de honrarnos con un magnífico prólogo en el que quedaron expuestos sus profundos conocimientos sobre la historia de Segovia y Castilla.
Cuando la obra estuvo escrita y prologada, se acordó que fuera leída en el salón de actos del Ayuntamiento de esta localidad, y así fue, lleno a rebosar y en medio de un gran silencio. De un tirón fui leyendo los folios redactados a los que puse por título SANTA MARÍA LA REAL DE NIEVA, sin más.
La sencilla pero emotiva dedicatoria: “A la Soterraña llama viva de la fe en esta villa” iban dedicadas estas páginas a las que solo se me hicieron dos observaciones: La primera, de la que no me acuerdo por su irrelevancia y, la segunda, que nada decía de “El Café”.
Sí que le tuve en cuenta durante el tiempo de redacción pero como era un establecimiento comercial, al final, no me atreví a incluir un tema que me parecía “privado”. y terminé por silenciarle. Hice públicamente estas consideraciones y el alcalde y varios concejales me indicaron que “El Café” era una institución en la villa y que merecería incluirle con un tratamiento adecuado.
Este singular café de divanes de terciopelo granates, paredes acristaladas con numerosos espejos, veladores de mármol y forja, claro que merecería un capítulo, y concluido el acto, bajamos todos los asistentes al mismo donde se nos ofrecieron consumiciones diversas, ignoro si por cuenta del Ayuntamiento, de la propiedad del local o de ambos a la vez.
Fernando Rodríguez Núñez lo regentaba a la sazón y a él me tuve que dirigir para recabar la información que necesitaba. Así que, desde ese momento, y en días sucesivos me fui enterando de que, ya por entonces, aquel café era una venerable reliquia. La mayor parte de los aparecidos a principios del siglo XX habían sucumbido, sesenta años más tarde. El Café España de Santa María la Real de Nieva vivía por entonces en su plenitud con la complacencia de toda la villa y de los pueblos de su entorno.
Este café de espejos donde nos miramos varias generaciones de habitantes y forasteros fue un orgullo más que local. Aquí actuaron cuatro o cinco veces al año cupletistas, prestidigitadores, ilusionistas… Fernando recordaba a Portos, Encarnita Neira…pero muy especialmente a Bagaría, el célebre caricaturista de El Sol que, estando de tertulia con los amigos, improvisaba su chiste para el periódico que, en un sobre, enviaba por correo a Madrid para la próxima edición.
Me contó y así lo escribí que en este café hizo numerosas caricaturas de sus amigos contertulios. ¿Se conservarán estas verdaderas obras de arte? Entre las anécdotas más simpáticas que contaba Fernando está la de cierto guardia civil que se cuadró un día ante su teniente y tras saludarle reglamentariamente le espetó la novedad al espejo mientras su jefe trataba inútilmente a sus espaldas de advertirle del despiste.
En otra ocasión entró al café un lugareño acompañado por un mozalbete. Al contemplarse el muchacho en el espejo exclamó: ¡Ahí va! ¡otro padre y otro yo!
A Fernando le ayudaba su esposa Pilar. Ahora imprescindible mientras atendía mis preguntas y se emocionaba con sus recuerdos… “Y otro de un pueblo de por aquí cerca que, estando ya dentro del café, quiso echar un vistazo al ganado que había dejado solo en la plaza. Buscó largamente la salida y como no la encontrara, se marchó por la puerta de la cocina que era por donde veía que entrábamos y salíamos nosotros con los servicios”.
Fernando estaba orgulloso de poder ofrecer a sus clientes más de 70 marcas de coñac. Y eran más de setecientos los nombres de licores y vinos de su bodega. Preparaba intuitivamente combinados a los que llamaba “zarandajas” con las que había ganado un notable prestigio.
De sus seguidores nada he sabido porque en apenas medio siglo unas pocas veces he pasado por este café. Últimamente lo he visto ya muy degradado por el paso del tiempo y de las nuevas costumbres. Intuyo que los continuadores habrán peleado con todas sus fuerzas por seguir y seguir hasta que la realidad se les ha impuesto con el cierre.
Conozco numerosos sitios de España, en medio de la nada, que están triunfando con sus ocurrencias culinarias. Pero un café de espejos como el que nos ocupa merecería su recuperación como antes lo han hecho el Gijón, el Comercial y otros, en Madrid Después de todo la decoración adorna un contenido que es el que debería triunfar también.
Esta es una excelente zona de vinos, quesos, embutidos, jamones, etc… productos de la tierra en general. Tal vez la suma fuera la solución. La bella fotografía de Mateo Remacha que ilustra este capítulo me anima a pensar que el cierre de este café solo sea ocasional. Su rehabilitación se me presenta como una necesidad.
El libro SANTA MARIA LA REAL DE NIEVA, “obra editada por el Ayuntamiento de la misma”, según consta en su principio, mereció posteriormente la declaración de Interés Turístico (B.O.E.259 de 28 de Octubre de 1972).
Si la memoria no me falla se hicieron 5.000 ejemplares en la imprenta Vda. de Mauro Lozano.
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(*) Académico Honorario de San Quirce.