jueves, 14 de marzo de 2019

Una leyenda, un artista

Una leyenda, un artista (por Carlos Arnanz Ruiz *)

El Adelantado de Segovia, 13 de febrero de 2019.
Hace ahora medio siglo, en plena época de Franco, el único polígono industrial que entonces había en Segovia asentaba a una empresa que se publicitaba como “Porcelanas Peñatal”. La regentaba el empresario segoviano Teodoro Sanz que era conocido popularmente por Tito. Y con Tito firmaba las piezas que salían de su fábrica-taller. Bellas piezas que tuvieron muy buen predicamento.
A este artista le asistían numerosas operarias. Me viene a la mente el número de 25. Y también su esposa que le ayudaba tanto en la producción como en el marketing. “Porcelanas Peñatal” se trasladó posteriormente a Torrecaballeros. Y allí visité sus instalaciones en el preciso momento en el que Teodoro Sanz, Tito, ultimaba el modelado de una pieza dedicada a la leyenda del acueducto de Segovia.
Se trataba de una pieza de 20 X 20 centímetros, entre sus partes más distantes y de 2 a 5 centímetros de grosor, con una base algo más amplia. Consistía esta esculturilla en una representación de los cuatro arcos centrales de nuestro acueducto. A su derecha, según le miramos, la moza segoviana descansaba su brazo diestro, a la vez que abrazaba a la parte superior de la puente. El brazo izquierdo, tendido hacia abajo, sostenía en su mano una cantara para el agua. A la izquierda y abajo del todo, un diablillo cuya mano derecha portaba un tridente, asistía impasible y resignado a la evidencia de su fracaso.
Tito era muy afable. Así que, a mi llegada, dejó inmediatamente su trabajo y se empleó a fondo en enseñarme el proceso de fabricación de cuanto allí se producía: Una variada colección de figuras que rivalizaban en formas, tamaño y colores con las salidas de otras famosas fábricas de España y del extranjero. Fue una lección muy interesante.
Curiosamente y de este preciso momento del modelado al que aludo, puedo ofrecer a los lectores una fotografía. Dudo de su autoría pues no recuerdo si la hice yo o me la facilitó Tito. En ella puede apreciarse que la obra está sin acabar y que aun no están definidos ciertos detalles. Comparándola con la otra foto de la pieza salida después al mercado, se puede jugar, a las “siete diferencias” que en la página de los pasatiempos de éste periódico, se publica cada día.
Rebuscando en los entresijos de mi memoria, quiero recordar que esta pieza la adquirí en la añorada Casa del siglo XV. Y también, algunas más que fueron regaladas a familiares y amigos. Desde entonces, ha ocupado un espacio preeminente en un mueble del salón de mi casa. Y allí sigue en nuestros días.
De este modo tan simple Tito metió al demonio en muchos hogares. ¿En cuántos? Vaya usted a saber. Y no solo de Segovia. Aunque, mirándolo bien, también nos metió a la Virgen de la Fuencisla, pues cabe pensarlo así dada la similitud de ésta con la moza segoviana, despojada aquella de atuendos y coronas.
Imagino esta pieza de la leyenda del acueducto, agrandada y en un lugar adecuado de nuestra ciudad. No sé si hubiera traído visitantes pero, sin duda, el patrimonio escultórico segoviano habría contado con una aportación notable e intuyo que sin polémica.
Hace también medio siglo y durante las mañanas de los domingos, un grupo de amigos de don Manuel González Herrero le acompañábamos por los más diversos vericuetos de la Tierra de Pedraza. De manera recurrente convinimos en que la mujer serrana merecería un monumento. Elegimos al Torregil de Gallegos que, incluso, llegamos a considerar como tal en sí mismo.
Premiaba los valores de aquellas mujeres que parían a sus hijos, cuidaban de sus casas, del ganado y mil menesteres más, mientras los maridos se iban a la trashumancia. Si bien su ingenio no logró engañarles cuando, a su regreso, les presentaban en vez de a su hijo, el de una vecina.
Volviendo a Tito y en mi opinión, no solo llevó la leyenda del acueducto al barro. Dedicó, también, un homenaje a la mujer segoviana, e incluso, a la femineidad.
No estoy seguro de que Teodoro Sanz, Tito, fuera consciente del valor de la esculturita que yo le atribuyo. Los artistas y los escritores nunca conocen la proyección que, con el tiempo, alcanzan sus obras. Tito, tal vez solo pensara en colaborar al Bimilenario del Acueducto aportando esta pieza para recuerdo. Sin embargo, cabría ver en ella valores de más amplio espectro.
Por lo tanto, nada me gustaría más que estas líneas sirvieran de moddesto homenaje a este olvidado artista que, recordémoslo, nos metió al diablo en casa sin polémica.

(*) Académico Honorario de San Quirce.

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