[Centro de Estudios Castellanos: A continuación publicamos el artículo "Colores de Segovia", publicado en el diario Crisol de Madrid en 1931 tras una conversación de Eduardo de Ontañon con el segoviano Ignacio Carral.]
El verdadero color de Segovia, es el dorado; más que color, embadurnamiento. Torres doradas, murallones, aires dorados. Entre ellos, los claroscuros de ciudad antigua, prieta y sudosa, toman falsas realidades de litografía.
Claro que, en seguida, surge otro color. El ya decididamente amarillo da las afueras labrantías; y otro: el morado, verdadero color de toda Castilla; y muchos mas: el apretado verde de los pinares, el calor gris de los pueblos, el pardo de los castillos. Al fín, todos derivados de los oros, no líricos ni hiperbólicos, sino reales que alean por la ciudad.
Pues bién; con un color - que puede, que debe ser este dorado - y sus derivados - amarillo, morados, verdes, grises - quiere destacarse, llenar su silueta, en el nuevo mapa de España, la tierra de Segovia; dando alegre ejemplo de vivacidad e inquietud a toda Castilla. Se está redactando su Estatuto, resucitando sus poderes comarcales, tratando de restaurar sus instituciones medievales de comunidades o "Universidades de Cabeza y Tierra", como se llamaron con magnífica nomenclatura.
Para constituir el territorio autónomo de Segovia, según dice uno de los artículos del próximo Estatuto, se irá a la agregación de esas comunidades, a las que quedan nombres tan rotundos: Segovia, Sepúlveda. Pedraza, Cuéllar, Coca. Fuentidueña, Maderuelo, Fresno, Montejo y Ayllón. "Y de todos los Municipios comprendidos dentro del polígono que limita el territorio de estas comunidades." También se invitará a los territorios "de la falda sur de la cordillera central que se estime que puedan encontrar satisfacción a sus necesidades" en el nuevo territorio autónomo. Asimismo serán invitados los pueblos pertenecientes a las comunidades de Iscar y Aza, y pueblos comprendidos entre ellas que quieran agregarse".
Se ha enviado una comunicación en tal sentido, al alcalde y presidente de la Diputación y a los presidentes e los partidos de Segovia. El Estatuto, en fin, se presentará a la aprobación de los partidos republicanos de allí primero, y después al pueblo de la comarca segoviana.
Todo esto es obra de sólo tres hombres; tres hombres decididos, destacados, entusiastas - los periodistas Ignacio Carral y Luis Carretero, y el catedrático Celso Arévalo —, a los que asiste un pequeño grupo adicto. Pero nada más. Estas cosas en Castilla son así. Ni un instituto de estudios regionales, ni una mano de opinión en que sostenerse, ni una campaña activa y, acaso, ni siquiera—en el más tranquilo, en el más alejado lector—ni un poco de interés por esta» cuestiones tan interesantes, o al menos, inevitables ahora.
Me pongo al habla con Ignacio Carral, agente propulsor del movimiento. Lo primero, por parte de él, es la extrañeza. El asombro, seguramente, de que un castellano acuda espontáneamente a enterarse del asunto. Asi, limpio de prejuicio y con curiosidad pura.
- -Mucho me alegro que usted le interese por estas cosas que la gente de Castilla no acaba de tomar en serio - - me dice de buenas a primeras.
Y añade la gran verdad, lo que a todos los que nos interesamos por Castilla nos bulle en la cabeza, la única explicación que tienen estos silencios definitivos que, ante ciertas cuestiones, se crean en la región.
- - Yo creo que todo es porque la conciencia castellana está por resucitar aún.
Esto es todo. No hay conciencia castellana. No se siente a Castilla, no la sentimos los castellanos ni siquiera de una manera literaria. Bien probado está la falsa concepción de nuestra tierra que anda plasmada en cuadros, poesias y crónicas.
A algún movimiento regionalista del resto de España se le ha achacado que era literario; es decir: que sólo algunos hombres de elevado espíritu, de poco apego a la realidad podían creer en él. En Castilla, no está este aire idealista existe al hablar de regionalismo. Es una absoluta indiferencia la que acoge el problema que ya está encima, que tenemos que resolver o dejar que nos lo resuelvan; que hemos de zambullirnos en él aunque no queramos, aunque sea con el definitivo gesto de desagrado que tienen los niños frente al primer agua de mar.
- - Creemos - - me dice - - que toda Castilla debe resucitar sus instituciones peculiares, que sean las espontáneamente nacidas de su modo de ser, y, por ello las que determinaron su prosperidad económica en la Edad Media.
Merindades del norte, todavía hoy recortadas en el mapa de la tierra burgalesa... Comunidades del Sur.... Hermandades, "Universidades de Cabeza y Tierra" de la "Extremadura Castellana"...Entre ellas debe haber, una vez resurgidas, libertadas de la división provincial, una relación intima y cordial; incluso constituir región.
Por eso no queremos - - sigue Carral - - que esta región pueda constituir Estado ni nada parecido porque estimamos que eso es contrario al espíritu tradicional de Castilla.
Acaba el magnífico periodista diciéndome lo que más importante le parece del regionalismo castellano, que es, sencillamente, esto: poner a Castilla en condiciones de ganarse la vida con sus manos, sin necesidad de recurrir al favor oficial. ¿ No es está, todavía, razón digna de tener en cuenta, amigos de Castilla?
Dignas son de dejar bien apuntadas estas manifestaciones de uno de los pocos hombres que en nuestra región se preocupan de tan vivas cuestiones, de uno de los tres excelentes castellanos que tratan de regalar un color federal a Segovia; color puro y bien destacado, que la ciudad y su tierra tienen hace mucho tiempo en el mapa espiritual de Castilla.
Eduardo de ONTAÑON